MACHU PICHU 2010

COSQUIN

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GRUPO HERENCIA Y BALLET NOROESTE - Bailecito

ATUENDO GAUCHO - “La vestimenta Gaucha”

Asignatura: Atuendo Tradicional Argentino
Cátedra: Héctor Aricó

Inchauspe, Pedro: Las pilchas gauchas (Dupont Farré, Bs. As., 1947)
Fuente: Pagina de Hector Arico


LA VESTIMENTA GAUCHA


En general, los hombres de la ciudad están convencidos de que conocen bien la vestimenta gaucha; y lo están porque el circo, el teatro y el carnaval -y hasta muchos ‘tradicionalistas’- les han presentado, con suma frecuencia y dentro de una gama variada, lo que ellos creen, acaso sinceramente, que fue el traje gaucho. Sin embargo, si por uno de esos milagros de la fantasía, pudiésemos retrotraernos y asistir a una reunión de gauchos de verdad, nuestro concepto actual sufriría una enorme ecepción; la realidad nos haría comprender, en el acto, hacia qué punto alcanza nuestro engaño. Y es que el circo, el teatro, el carnaval, y también los muchos ‘tradicionalistas’, han creado un traje gaucho más de utilería que real, un traje que llena los ojos del espectador, pero que atenta contra la verdad y crea un concepto
equivocado del mismo. Yo entiendo que hablar de tradición o tratar de encarnarla, es pura y exclusivamente hacer historia; la historia de nuestro pasado, tal como fue en realidad. He dicho y repito: si alguna documentación fiel nos queda de las viejas épocas, ella es la que se refiere a las prendas de vestir y a las del apero o recado del gaucho. En los museos argentinos y en ricas colecciones particulares, existen dibujos y pinturas que reproducen escenas de nuestro pasado, en sus distintos momentos y con sus tipos y costumbres; documentación positiva, irrecusable, pues los dibujantes y pintores, tuviesen o no una técnica depurada, no se dejaban llevar por la imaginación, no creaban; tenían delante de sus ojos el modelo cabal; reproducían, simplemente, lo que veían, o sea que el ambiente de conjunto, el detalle y el
color se registraban con entera fidelidad.

A través de esa documentación, y la de los viajeros escritores, también importante, comprobaremos que siempre, y en todas las regiones, los colores vivos fueron característica principal en el vestido campero de ambos sexos. El negro y toda la escala de tonos oscuros, severos, correspondían más al traje de lujo -que no estaba al alcance de todos- y al de las personas de edad, a los ancianos y a los habitantes de los pueblos. ¿De dónde salió, entonces, ese gaucho que vemos, siempre vestido de negro de pies a cabeza?

Y no es esto sólo: ¿a qué antecedente se habrán remitido los que usan chiripá y blusa
corralera, con abigarramiento de bordados a todo color?
Voy a tratar de aclarar, según lo alcanzo, el origen de los errores, la probable causa de nuestra confusión: el circo hizo su aparición -o se popularizó- allá por 1880; para entonces, el gaucho, en su verdadera acepción, había desaparecido casi totalmente, anulado por la propiedad, el alambre y las tranqueras que modificaban por completo las condiciones de la campaña; el hombre del caballo, el lazo, las boleadoras y el cuchillo, verdadero representante de una época de nuestra formación social -hombre con muchos defectos, sí, pero también con virtudes indiscutibles- era ya tipo del pasado en sus líneas principales. El circo lo revivió o, mejor dicho, creyó revivirlo; forjó un gaucho para las tablas, un gaucho moralista, verdadero pozo de sabiduría o experiencia. Unas veces era un viejo patriarcal, que en larguísimas tiradas filosóficas dictaba normas de conducta a sus descendientes y allegados, tomando mate a la sombra del ombú típico o del alero del rancho; otras, era el matrero desgraciado,
a quien perseguían sin descanso -siempre injustamente- policías prepotentes y audillos sin conciencia. Y para ambos individuos creó también la ‘gauchiparla’, la verborrea gaucha, otra ficción, ya que el gaucho fue, por excelencia, sentencioso y reticente, o sea que decía mucho con pocas palabras. De ahí los modismos y refranes en que finca su vocabulario. Falseado así en sus condiciones intrínsecas... ¿qué importancia podía tener el falsearlo en lo exterior? Para el circo, el color negro hacía un magnífico contratono con la albura de los calzoncillos cribados y con el blanco del pañuelo del cuello; la vincha -que nuestro gaucho usó sólo ccidentalmente- era prenda efectiva, pues permitía al protagonista sacudir con vigor la cabeza, mientras hacía frente a la partida policial, sin que se le desacomodase la negra y larga melena. En fin, cuestiones de conveniencia escénica más que intenciones de deformar la verdad; a lo sumo incomprensión o ignorancia. Pero lo malo es que el espectador creyó estar delante de la realidad y cuando quiso encarnar al gaucho, rendirle su sincero homenaje, lo encarnó tal como lo había conocido a través de la ficción. Ateniéndonos a las fuentes de información antes citadas, podemos decir que el traje, más o menos tipo, de un gaucho elegante de mediados del siglo pasado -debe tenerse en cuenta que eran los menos- se componía de: botas de potro -la bota fuerte o de fábrica también era frecuente- calzoncillos cribados, camisa de mangas holgadas, con puños; encima del calzoncillo llevaba el chiripá -que luego cambió por la bombacha, en razón de su mayor comodidad-sostenido por el ceñidor o la faja; cubriendo esta prenda, el cinto de cuero o chanchero, adornado con monedas, pero no con exceso, y cerrado por delante con una ‘rastra’; el chaleco, que no alcanzaba a llegar a la cintura, se prendía con dos o tres botoncitos de metal precioso; la chaqueta -no la ‘corralera’ que es muy posterior- corta, quedaba abierta en la parte delantera y dejaba ver el chaleco, parte de la camisa y la ‘rastra’, infaltable
lujo gaucho; un pañuelo al cuello y otro para sujetar el cabello, que en un tiempo se llevó muy largo con trenzas y hasta con peinetas, exactamente como en los usos femeninos. A semejante costumbre se refiere Leopoldo Lugones, en uno de sus magníficos romances, al hablar de dos gauchos que han bajado a Buenos Aires, desde Tucumán, en busca de regalos para sus novias.


‘Por ser prendas delicadas
que no aguantan las maletas,
cada cual ha de traer
en su trenza las peinetas’.

‘Pues el hombre de esos tiempos
una y otra cosa usaba,
que el serenero en la nuca
bajo el chambergo embolsaba’.

Completaba el equipo un sombrero de alas angostas y copa alta, en forma de ubilete de dados, pero el gaucho consideró integrantes de su vestimenta, o imprescindibles, el poncho, el cuchillo, las espuelas y el rebenque, prendas que no abandonaba mientras estaba de pie.

La vincha no fue común en el traje del hombre de la llanura ni en el del serrano, que sólo la usaron accidentalmente, en oportunidad de una doma, carreras o en las boleadas de gamas y avestruces. Lo corriente fue el pañuelo -llamado ‘serenero’ por Lugones- que cubría la cabeza, la nuca y parte de la cara, y que se llevaba atado en formas diversas. En resumen, enumeradas por su orden, de los pies a la cabeza, las ‘pilchas’ o ‘calchas’ nombradas, son:

a) Botas de potro
b) Calzoncillos cribados
c) Chiripá
d) Ceñidor o faja
e) Cinto o chanchero y rastra
f) Camisa
g) Chaleco
h) Chaqueta, blusa o saco
i) Pañuelo de cuello
j) Serenero
k) Sombrero

Ahora bien: debe tenerse en cuenta que entre las prendas indicadas y todas las emás de uso general, hubo, en el transcurso del tiempo, y hasta contemporáneamente a cada época, gran cantidad de modelos y estilos, pues el gaucho llevó bragas o calzón corto, pantalón y chaqueta ajustados, de tipo español, sombrero de paja, de los llamados panamá o jipi-japa, otro de forma parecida a los actuales cilindros de felpa, el característico ‘panza de burro’, boina con un borlón que caía a un costado, etc., etc. Y así hasta el infinito.

Por otra parte, existió quien nunca supo lo que era ponerse un sombrero, una chaqueta, un calzoncillo -con cribos o sin ellos- y alguna otra prenda que la pobreza desterraba. Un pañuelo reemplazaba, con éxito, al sombrero; el poncho suplía la falta de chaqueta o saco -que también se usó mucho- y el chiripá, un poco más amplio y caído, la del calzoncillo. Y este disimulo sobraba cuando el gaucho era un ‘gaucho rotoso’ o de ‘pata en el suelo’, como se decía para designar al que andaba siempre descalzo, es decir, al haragán recalcitrante, ya que el material para confeccionar unas botas estaba allí, en medio del campo, al alcance de todos, y no costaba un centavo siquiera. En cuanto a las mujeres, los vestidos, con profusión de puntillas que se almidonaban al igual que la ropa interior, se caracterizaban por ser amplios, sin escote y con mangas largas, para defender la piel de las caricias agresivas del sol y del viento unas veces, y otras para conformarse a las reglas que imponía el pudor. La coquetería ha sido la más constante de las virtudes femeninas, en todos los tiempos y épocas, lo mismo en el corazón de las ciudades y pueblos que en medio del desierto. Claro que también aquí, caben todas las excepciones que antes se anotaron para los hombres.1 Y repito lo que ya he dicho muchas veces: en ciertas
cuestiones de la tradición, especialmente en esta que hemos tratado, no hay que inventar nada. Aquí y allá, en libros y más libros, están las pilchas gauchas bien descriptas, con su forma, su color y sus adornos. Y aquí y allá, en los cuadros pictóricos de la época. La verdad es fácil de encontrar. Pero es necesario que estemos dispuestos a buscarla y que la busquemos sin pasionismo, con la misma independencia de criterio y juicio con que el historiador - el verdadero historiador estudia y anota los hechos que caracterizan a un pueblo o una época. Como una curiosidad, y al mismo tiempo a modo de confirmación de lo dicho anteriormente, transcribimos la descripción que del traje de don Francisco Candioti -‘el príncipe de los estancieros’ de Santa Fe- hizo Juan Parish Robertson, inglés que nos visitó allá por 1810. ‘Sus atavíos -dice- a la moda y estilo del país, eran magníficos. El poncho había sido hecho en el Perú, y además de ser del material más rico, estaba soberbiamente bordado en campo blanco. Tenía una chaqueta de la más rica tela de la India, sobre un chaleco de raso blanco que, como el poncho, era bellamente bordado y adornado con botoncitos de oro, pendientes de un pequeño eslabón del mismo metal. No usaba corbata, y el cuello y pechera de la camisa ostentaban primorosos bordados paraguayos en fino cambray francés. Su pantalón era de terciopelo negro, abierto en la rodilla y, como el chaleco, adornado con botones de
oro, pendientes también de pequeños eslabones que, evidentemente, nunca se abían pensado usar en los ojales. Debajo de esta parte de su traje se veían las xtremidades, con flecos y cribados, de un par de calzoncillos de delicada tela paraguaya. Eran amplios como pantalones de turcomano, blancos como la nieve, y llegaban a la pantorrilla, lo bastante para dejar ver un par de medias oscuras, hechas en el Perú, de la mejor lana de vicuña. Las botas de potro del señor Candioti ajustaban los pies y tobillos como un guante francés ajusta la mano, y las cañas arrolladas dábanles el aspecto de borceguíes. A estas botas estaban adheridas un par de pesadas espuelas de plata, brillantemente bruñidas. Para completar su atavío, el principesco gaucho llevaba un gran sombrero de paja del Perú, rodeado por una cinta de terciopelo negro, y su cintura ceñida con una rica faja de seda punzó, destinada al triple objeto de cinturón de montar, de tirantes y de cinto para un gran cuchillo con vaina arroquí, de la que salía el mango de plata maciza.’ 1 “De mi pago y de mi tiempo”, de A. J. Althaparro, libro aparecido en 1944, contiene datos interesantes y de gran veracidad sobre vestimenta gaucha; a esa obra deben remitirse los lectores que deseen ampliar sus conocimientos sobre el tema.

Conviene recalcar, para mayor claridad, que ese traje no es un traje de solemnidad o fiesta: es el traje que usa cotidianamente don ‘Pancho’ Candioti.



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